jueves, 19 de junio de 2008

El 'dijeador'


Una de las frases que más nos enerva escuchar y más disfrutamos al pronunciar es esa de “ya te lo dije”. El otro día estaba tomando un café en la barra del bar de debajo de mi casa, cuando escuché al hombre a mi lado farfullar indignado un “si ya lo decía yo”, que viene a ser el equivalente de la otra frase cuando el individuo en un principio dijeado no se encuentra presente. Mi radar de curioseador se puso alerta y eché una mirada de reojo. El paisano, sentado inquieto en el taburete, daba golpecitos con el índice sobre el periódico abierto por la sección de sucesos, y a intervalos levantaba la cabeza mirando a su alrededor en busca de unos oídos amigos (no hay nada más desesperante que encontrar la suculenta ocasión de un “si ya lo decía yo” y no tener a quien contárselo). Volví a hundir mi cabeza en mi propio periódico para eludir convertirme en el objetivo de sus previsibles ganas de contarle al mundo la razón de su “si ya lo decía yo” (una cosa es ser curioseador y otra masoca). Para suerte de aquel tipo, siempre hay una persona que en estas situaciones juega en desventaja, y esa es la que está al otro lado de la barra, la única que no tiene más remedio que estar de frente a sus clientes. “¡María, mira esto, si es que ya lo decía yo!” Cuando escuché que conocía el nombre de la camarera, supe que la pobre no tenía salvación. La chica se acercó con su sonrisa cortés y resignada, dispuesta a soportar la perorata. Feliz (entusiasmado, diría) de haber por fin encontrado público, el hombre procedió a resumirle una de las noticias, que trataba del desprendimiento de unos trozos de cornisa que habían caído a la acera, hiriendo a un par de personas. Luego me costó un poco seguir el hilo de la historia, porque la muchacha aprovechaba la llegada de nuevos clientes para escaquearse cuanto podía. Su mala suerte es que el dijeador estaba sentado justo en frente de la cafetera, artilugio de uso bastante frecuente en una cafetería. Así, el relato se fue extendiendo en varios actos a los que yo asistía como un espectador disimulado y algo perdido en la trama de aquella tragicomedia que se mezclaba con los argumentos de las noticias que yo iba leyendo en mi propio periódico. Más o menos la cosa fue así: mientras el alcalde de mi ciudad inauguraba un centro para la tercera edad, el dijeador contaba cómo había avisado en varias reuniones de la comunidad que la cornisa de su edificio estaba inestable, que las grandes empresas reiniciaban su actividad al remitir la huelga del transporte porque luego cuando pasara algo vendrían las lamentaciones y ni puñetero caso le habían hecho, que sí, que Irlanda vota “no” al Tratado de Lisboa y eso ya estaba mirado y había que pedir presupuestos, pero llevaban meses así, dando largas y él acabó hartándose y llamó al ayuntamiento para que la Xunta avisase a los alumnos objetores de la asignatura de Ciudadanía que serían suspendidos, que más vale prevenir que curar y vinieron los bomberos y le dijeron que efectivamente aquello estaba fatal, pusieron una malla provisional para evitar desprendimientos y ni siquiera les cobraron por la actuación, aunque avisaron de que se daba parte y tenían que arreglarlo antes de que la Expo Universal de Zaragoza abriese hoy sus puertas al público o les vendría una inspección, con lo que los vecinos le recriminaron que hubiera llamado y no, no era el suyo el edificio que salía en el periódico pero tranquilamente lo podría haber sido, y era indignante que porque España ganase a Suecia dos a uno en el último minuto, todos se hubieran vuelto contra él, tan sólo por ser un ciudadano responsable y preocuparse por que el Discovery aterrizara sin incidentes en Florida.

Después de desahogarse, el dijeador le pidió a la camarera que le guardase el periódico hasta mañana, que quería llevárselo para poner la hoja con la noticia en el tablón de la comunidad de su edificio. “A ver si ahora me hacen caso esos imbéciles”, dijo clavando una mirada triunfal sobre el periódico, que sujetaba entre sus manos como un arqueólogo sujetaría la calavera encontrada de Jesús de Nazaret.

Al día siguiente le pregunté a María si aquel hombre había vuelto a por el periódico. Me contestó que no, y no pude evitar que por mi cabeza cruzase la fugaz idea de que a lo mejor al buen ciudadano le había caído encima un trozo de azotea al salir de su casa. Lo imaginé agarrando por el chaleco al enfermero que lo introducía en la ambulancia para poder decirle: “Si ya lo decía yo”.

9 comentarios:

INSOMNE dijo...

es verdad lo q decis son cosas q pasan y uno siempre se cruza con esos viejecitos q no pierden la oportunidad de decir "ya lo decia yo"...jajaja pobre de la mujer del cafe Maria...

Sergio P. Migoya dijo...

Sí, pobre, aunque los camareros están hechos de otra pasta, aguantan con lo que le echen encima, jeje.

Lunazul dijo...

Jajaja, buena historia, Sergio! Tipos así me he encontrado bastantes... y resignada o no, les he escuchado. Hay personas que lamentablemente no tienen a quien contarle sus historietas y batallitas varias, por eso buscan al primero que pillan.

Un abrazo :)

Sergio P. Migoya dijo...

A mí me gusta escuchar cómo se las cuentan a otros, así me piro cuando quiera, juas.

Luna llena dijo...

Pues muchas gracias, no me lo he planteado nunca, escribiendo dejo una parte de mi entre las letras, asi tengo que aguantarme menos...


Muchas gracias por pasarte!

Sergio P. Migoya dijo...

De nada, estoy como quiero entre tantas lunas visitándome.

Vintage dijo...

Tu nueva palabra me ha encantado
DIJEADOR, estamos rodeamos de visionarios

Y sí pobre camarera, ya te lo digo yo que tengo un bar de copas y durante 2 días a la semana, me pinto esa misma sonrisa en la cara

MUAKKKKKKKKKKKKKKKKKKKKKKkkk

Sergio P. Migoya dijo...

Lo malo de pintarse sonrisas es que luego a veces es difícil borrarlas. Y no mola nada llevar a cuestas ese tipo de sonrisas.

Bicos e agarimos...

Vintage dijo...

jejjeje, pero yo q soy teatrera me sirve y reconforta, aprendo de lo q miro y me muestran

petons per tu