sábado, 28 de junio de 2008

Por el mar corren las liebres...


“… por el monte las sardinas”, decía esa canción de nuestra infancia. Un mundo al revés que a los niños nos hacía gracia, porque por un momento podíamos contar mentiras con el beneplácito de los mayores. Pues parece que al final puede ser verdad que por el monte andarán, vistas las últimas quejas del sector pesquero sobre la disminución de reservas en su hábitat acuoso natural y que ahora hemos descubierto que, lo que es en las latas de sardinas, demasiadas sardinas no hay. La OCU ha sacado un estudio en el que afirma que 10 de cada 25 latas de sardinas en aceite de oliva comercializadas en España no pasan el control de calidad porque, sencillamente, o la especie no es sardina propiamente dicha (Sardina pichardus), o el aceite no es puramente de oliva (va rebajado con aceite de semillas). Eso sí, los consumidores tenemos la suerte de que no nos vamos a morir de un empacho de mentiras, pues el informe dice que las cualidades organolépticas son correctas. Ojos que no ven, corazón que no siente, eso debe pensar la industria conservera (o una parte de ella, para ser justos) y entre pan y pan igual nos va a saber una sardina que un boquerón o un sábalo.

Después de leer la noticia coincidí en el ascensor con mi vecina del 4ºA. Hablaba del tiempo y de su artritis como siempre hace, pero a lo mejor no era ella. Me pareció percibir cierto olor a pescado. No sé cómo andará de cualidades organolépticas pero, por si acaso, no pienso abrir una lata de sardinas en mucho tiempo.


miércoles, 25 de junio de 2008

Relatividades


En la cafetería de debajo de mi casa deberían cobrarme los cafés más caros, ya sólo por la cantidad de material que ofrece a un curioseador como yo. Ayer estaba la barra bastante llena y me tocó sentarme en un rincón, junto al teléfono público. Al rato vino un tipo para usarlo. Esta vez ni me hizo falta poner el radar, el muchacho parecía que estuviese hablando con alguien de la otra esquina del local. Que no se cortaba, vamos. Se pasó discutiendo con ¿su novia? los diez minutos que duraría la llamada porque él ¿o ella? lo ¿la? había dejado plantado ¿plantada? en una cita. Bueno, es lo de menos, a lo que iba es que en una parte de la conversación él dijo: “Pues si esa es tu razón, no tienes razón”. Aparte de darme a entender que seguramente él había sido el plantado, lo que me chocó fue la frase en sí. Me quedé pensando. Primero, me pareció ilógica, pues si ella había dicho su razón, tenía una, entonces tenía razón, la suya. El problema es que solemos identificar ‘razón’ con ‘verdad’ y pensamos que la verdad es única, cuando la realidad es que hay tantas verdades (ver el primer post de este blog) como individuos pensantes, que es lo mismo que decir que la verdad no existe. Se atribuye erróneamente a Einstein esa frase de “Todo es relativo”, cosa que nunca dijo, como lo demuestra que su Teoría de la Relatividad se basa en que la velocidad de la luz es absoluta. Es más, hasta el mayor relativista del mundo debería modificar esa frase y decir: “Todo es relativo, excepto esta frase”. Yo creo en lo que llamo los “absolutos relativos”, o sea, algo relativo viene dado relacionado a un absoluto para ese relativo, y este absoluto es a su vez relativo con respecto a otro absoluto, del que nada sabe el primer relativo (para que su absoluto pueda serlo para él) y así seguiríamos hasta llegar al infinito, concepto inasible para nuestra mente que me permite la licencia de considerarlo el único “absoluto absoluto”. ¿Te has absolutamente perdido? Pues tómatelo con calma, que aún hay más.

Estos días me ha dado por leer a Nietzsche. Lo primero que aprendí fue que los nazis no sabían leer, porque si supieran no lo habrían puesto como referente de su ideología (él se hubiera meado encima de Hitler con gusto). También ratificó mi convencimiento de que ya todo está escrito cuando descubrí que mi ‘original’ post que titulé “El lado Oscuro” ya lo había resumido el bueno de Friedrich en uno de los discursos de Zarathustra, “Del árbol de la montaña”, donde dice: “Al hombre le ocurre lo mismo que al árbol. Cuanto más quiere elevarse hacia la altura y hacia la luz, tanto más fuertemente tienden sus raíces hacia la tierra, hacia abajo, hacia lo oscuro, lo profundo, - hacia el mal”. Pero lo que verdaderamente (y no se tome la palabra en sentido literal) viene al caso es que él también negaba la existencia de la verdad o, al menos, lo que queremos hacer pasar por verdad. Es más, decía que el hombre no busca el conocimiento de lo cierto, lo que llama “voluntad de verdad” y lo sustituía por la “voluntad de poder”, entendiéndola como nuestra necesidad de darle un sentido al mundo para darle un sentido a la vida (a la nuestra). Eso nos lleva a convertir las cosas en conceptos, y esos conceptos no son la verdad de las cosas, sólo son las reglas que la sociedad impone como ciertas porque el hombre necesita de ellas para tener una base en la que sujetarse y poder vivir. Por poner un ejemplo, es como si a una manzana le pones una etiqueta que diga “manzana”. La verdad no es esa etiqueta (podría haber puesto “pera”) sino lo que hay debajo de ella. Y cuando decimos que la verdad es nuestra etiqueta que pone “manzana” y no la del otro que dice que la verdad es su etiqueta que pone “pera”, no nos damos cuenta de que nuestra etiqueta no es la manzana, sino el concepto que hemos aprendido de lo que es el objeto al que identifica.

Y por fin, para cerrar el círculo, voy a enlazar lo anterior con mi teoría de los “absolutos relativos”. Para ello, pongamos un ejemplo einsteiniano. Imaginemos una mosca posada en la cabeza de un hombre que camina por el vagón de un tren. Si la observamos desde la cabeza del hombre, la mosca está quieta. Si somos un pasajero de ese vagón, se moverá a la velocidad del caminar del hombre. Si estuviésemos fuera del tren (vaya ojo el nuestro) veríamos a la mosca desplazarse a la suma (o resta) de las velocidades del hombre y del tren. Así podríamos seguir según plantáramos nuestro trasero en el Sol, un punto de la Vía Láctea, etc. Y sólo cómodamente aposentados en el infinito, podríamos ver cuál sería la auténtica velocidad de esa mosca. Como esto no es posible por la propia y abstracta definición de infinito, nunca conoceremos esa verdad. Pero la moraleja de esta historia no tiene por qué ser frustrante, nos sirve para comprender que, cuanto más abramos nuestra mirada, más próximos estaremos a la verdad. Lo que es, relativamente, un consuelo.


jueves, 19 de junio de 2008

El 'dijeador'


Una de las frases que más nos enerva escuchar y más disfrutamos al pronunciar es esa de “ya te lo dije”. El otro día estaba tomando un café en la barra del bar de debajo de mi casa, cuando escuché al hombre a mi lado farfullar indignado un “si ya lo decía yo”, que viene a ser el equivalente de la otra frase cuando el individuo en un principio dijeado no se encuentra presente. Mi radar de curioseador se puso alerta y eché una mirada de reojo. El paisano, sentado inquieto en el taburete, daba golpecitos con el índice sobre el periódico abierto por la sección de sucesos, y a intervalos levantaba la cabeza mirando a su alrededor en busca de unos oídos amigos (no hay nada más desesperante que encontrar la suculenta ocasión de un “si ya lo decía yo” y no tener a quien contárselo). Volví a hundir mi cabeza en mi propio periódico para eludir convertirme en el objetivo de sus previsibles ganas de contarle al mundo la razón de su “si ya lo decía yo” (una cosa es ser curioseador y otra masoca). Para suerte de aquel tipo, siempre hay una persona que en estas situaciones juega en desventaja, y esa es la que está al otro lado de la barra, la única que no tiene más remedio que estar de frente a sus clientes. “¡María, mira esto, si es que ya lo decía yo!” Cuando escuché que conocía el nombre de la camarera, supe que la pobre no tenía salvación. La chica se acercó con su sonrisa cortés y resignada, dispuesta a soportar la perorata. Feliz (entusiasmado, diría) de haber por fin encontrado público, el hombre procedió a resumirle una de las noticias, que trataba del desprendimiento de unos trozos de cornisa que habían caído a la acera, hiriendo a un par de personas. Luego me costó un poco seguir el hilo de la historia, porque la muchacha aprovechaba la llegada de nuevos clientes para escaquearse cuanto podía. Su mala suerte es que el dijeador estaba sentado justo en frente de la cafetera, artilugio de uso bastante frecuente en una cafetería. Así, el relato se fue extendiendo en varios actos a los que yo asistía como un espectador disimulado y algo perdido en la trama de aquella tragicomedia que se mezclaba con los argumentos de las noticias que yo iba leyendo en mi propio periódico. Más o menos la cosa fue así: mientras el alcalde de mi ciudad inauguraba un centro para la tercera edad, el dijeador contaba cómo había avisado en varias reuniones de la comunidad que la cornisa de su edificio estaba inestable, que las grandes empresas reiniciaban su actividad al remitir la huelga del transporte porque luego cuando pasara algo vendrían las lamentaciones y ni puñetero caso le habían hecho, que sí, que Irlanda vota “no” al Tratado de Lisboa y eso ya estaba mirado y había que pedir presupuestos, pero llevaban meses así, dando largas y él acabó hartándose y llamó al ayuntamiento para que la Xunta avisase a los alumnos objetores de la asignatura de Ciudadanía que serían suspendidos, que más vale prevenir que curar y vinieron los bomberos y le dijeron que efectivamente aquello estaba fatal, pusieron una malla provisional para evitar desprendimientos y ni siquiera les cobraron por la actuación, aunque avisaron de que se daba parte y tenían que arreglarlo antes de que la Expo Universal de Zaragoza abriese hoy sus puertas al público o les vendría una inspección, con lo que los vecinos le recriminaron que hubiera llamado y no, no era el suyo el edificio que salía en el periódico pero tranquilamente lo podría haber sido, y era indignante que porque España ganase a Suecia dos a uno en el último minuto, todos se hubieran vuelto contra él, tan sólo por ser un ciudadano responsable y preocuparse por que el Discovery aterrizara sin incidentes en Florida.

Después de desahogarse, el dijeador le pidió a la camarera que le guardase el periódico hasta mañana, que quería llevárselo para poner la hoja con la noticia en el tablón de la comunidad de su edificio. “A ver si ahora me hacen caso esos imbéciles”, dijo clavando una mirada triunfal sobre el periódico, que sujetaba entre sus manos como un arqueólogo sujetaría la calavera encontrada de Jesús de Nazaret.

Al día siguiente le pregunté a María si aquel hombre había vuelto a por el periódico. Me contestó que no, y no pude evitar que por mi cabeza cruzase la fugaz idea de que a lo mejor al buen ciudadano le había caído encima un trozo de azotea al salir de su casa. Lo imaginé agarrando por el chaleco al enfermero que lo introducía en la ambulancia para poder decirle: “Si ya lo decía yo”.

martes, 17 de junio de 2008

Manías


Al pasear, si me acuerdo, piso las líneas de las baldosas. Me reconfortan los gatos negros que se cruzan en mi camino. Cuando veo a alguien enderezar un cuadro, voy luego detrás y lo tuerzo. Me desespera que se llegue exactamente puntual a una cita conmigo y me divierte pasar por debajo de las escaleras, especialmente los martes y trece. En la cena de Nochevieja me como las uvas antes de las campanadas, procuro levantarme siempre con el pie izquierdo, me asquean las patas de conejo, las estampitas, que me tiren de las orejas en los cumpleaños... Pero, sobre todas las cosas, odio mi manía de odiar las manías.

domingo, 15 de junio de 2008

El lado oscuro


Van a construir un aparcamiento subterráneo en Policarpo Sanz y he leído que transplantarán los naranjos que hay en esa calle. Esta tarde he pasado por allí y me he detenido un rato junto a uno. Le he deseado suerte, pues parece que se embarca en una aventura peligrosa, dicen que no es la mejor época para un trasplante y que la mitad de ellos morirán. Me vino a la mente una frase de Karl Kraus: “El progreso celebra victorias pírricas sobre la naturaleza”.

En algún lugar he leído que los árboles frutales guardan una proporción bastante similar entre la extensión de su copa y la de sus raíces. Me acordé de ello e instintivamente me separé un poco, como si le estuviera pisando un pie. Me puse a imaginar esa otra vida de aquel árbol bajo la acera. Es como si hubiera dos árboles, el de la luz y el de la oscuridad, como si las raíces fuesen el reflejo invertido de aquello a lo que nosotros llamamos árbol, lo que vemos. Un poco así somos las personas, vivimos en simbiosis con un lado oscuro que no se muestra y que nos alimenta en silencio. Enseñamos nuestra copa a los demás, la hacemos lucir, hermosa, mecida por un viento de palabras. El problema, como con los árboles, es que cuanto más crece ésta más crece nuestro lado oscuro, pues la copa necesita mayor agarre y más ambición con la que nutrirse. Y a su vez, cuanto más crece el lado oscuro más hemos de extender nuestras ramas al sol para captar mejor la luz y poder fotosintetizar las adulaciones y transformarlas en biomasa para nuestro ego. Un ciclo difícil de parar. Se ha comprobado que hay árboles, bosques enteros, que bajo tierra unen sus raíces. Sus yos oscuros trabajan juntos subrepticiamente para que sus copas crezcan lustrosas dando uno lo que le falta al otro y viceversa. Esta vez te dejo a ti hacer la analogía.

El naranjo de esta tarde me cayó bien, no tenía una copa demasiado crecida. Antes de marchar aspiré fuerte su olor a azahar y naranja amarga, con una mirada le pedí permiso y le hice una pequeña muesca en la corteza. En unos meses me pasaré por Castrelos, su nuevo hogar. Ojalá que sobreviva y no se haga muy frondoso.


sábado, 14 de junio de 2008

Si Juvenal levantara la cabeza


Dejó escrito Thomas Hobbes que la ociosidad es la madre de la Filosofía. Será por eso que andan estos días unos cuantos muchachotes muy atareados en el trabajoso esfuerzo de dar patadas a un balón para deleite de media Europa. Son unos chicos listos, no hay más que ver la cuenta corriente de cualquiera de ellos, por eso es una lástima tanta dedicación a su oficio, que les priva de gozar de momentos de esparcimiento en los que dejar germinar su capacidad intelectual. Entre partido y partido, el tiempo se les va en entrenamientos, compromisos publicitarios y las necesarias horas de pocha y Play Station con sus compañeros por eso de hacer piña, que es importante.

Está bien…, generalizo, la ironía siempre tiene algo de injusta y acepto que alguna mens sana ha de haber entre tanto corpore sano. Arrepiéntome, no debería de caer en este tipo de prejuicios. El consuelo que me queda es que he comprobado que no soy el único. Como ejemplo, el de un periodista deportivo que se dedica a publicar estos días un cuestionario contestado por los insignes representantes nacionales del arte del balompié, llamado deporte rey para mayor solaz de nuestra monarquía. Este personaje es todo un cachondo, no hay más que ver las preguntas (idénticas para todos). La primera ya da un avance de cómo se va a desarrollar la cosa: “¿Usas iPod o iPhone?” Luego le siguen preguntas triviales con otras más triviales del tipo “¿Te has traído el portátil?” o “¿Cuántas horas dedicas a jugar a la Play?”, lo que me empieza a hacer dudar de que este tipo sea en verdad periodista deportivo y no un agente oculto de alguna compañía de tecnología. Luego llegamos a los clásicos: “¿Película, actriz, actor, cantante, etc. preferidos?” ‘Brave heart’, Angelina Jolie y Rambo (este algunos lo usan para contestar a película y otros a la de actor, dos pájaros de un tiro por si le hacen falta balas al susodicho, que hay crisis) se llevan la palma en el noble y séptimo arte, el pop nacional en el musical. Llegado a este punto de la entrevista, parece que al periodista empieza a entrarle mala conciencia y decide incluir una pregunta en que los chicos puedan redimirse: “¿Qué libro te has traído para leer?” (nótese que, por si acaso, especifica: “para leer”). Casi nadie se ha traído alguno, pero no nos alarmemos, malpensados. Yo creo que simplemente se trata de un problema logístico, que a ver dónde encuentras un hueco en la maleta después de meter el iPod, el iPhone, la Play y el portátil. En fin, que después del éxito cosechado con la pregunta, el periodista no se complica y vuelve al tono inicial para el resto del cuestionario, en el que no me extenderé más.

Ahora pensaréis que voy a lanzar mi mensaje moralizante, que esto que he escrito es el preámbulo para comenzar la perorata sobre la degradación de los modelos sociales imperantes, la educación que le estamos dando a nuestros (vuestros) hijos y esto y lo otro. Ni por asomo. Sólo me estaba divirtiendo un rato a costa de otros, que ese sí que es el deporte rey y no el del esférico. Son jóvenes, son ricos y la vida es lo suficientemente larga para ir quemando etapas como corresponde. A donde quería llegar es a la forma en que uno de los chicos en particular contestó a un par de las preguntas. El señor Güiza, experto trepanador de redes ajenas, me ha metido un gol por toda la escuadra, lo confieso. Desconcertado me ha y vivo sin vivir en mí desde hace un par de días intentando buscarle el sentido oculto que sin duda guardan las siguientes respuestas:

Periodista: “¿Cúal crees que es tu mayor virtud?”
Güiza: “La humildad”.
Periodista: “¿Y tu mayor defecto?”
Güiza: “Ninguno”.

¿Hay mayor muestra de humildad? Güiza, eres un crack.

viernes, 13 de junio de 2008

De qué va esto


Pues aquí estamos tú y yo: un lector y un escritor. Dado que veo que te gusta leer blogs, deduzco que puede que también escribas alguno. Seguramente yo no soy tu lector, al menos todavía, pero tú, en este mismo instante, sí que eres mi lector. Es curioso, no te conozco de nada y estoy a punto de dejarte meter en mi cabeza. Cosas de internet. No sé si serás un santo o un hijo de puta de cuidado, quizás alguien al que le prestaría un “buenos días” por no tener que dárselo. Y sin embargo aquí me tienes, escribiendo letras para que tú las leas. Así que, santísimo hijo de puta, limpia los pies en el felpudo, pasa y tómate algo de mis pequeñas cosas. Porque de eso va este blog, de las pequeñas cosas, de las cotidianidades que me pasan, que veo, oigo o leo que les pasan a otros o que directamente me invento porque para algo soy escritor, bendita profesión de mentirosos. Y no hablaré de ellas porque tengan relevancia en sí mismas (que para algo son pequeñas cosas), sino porque hace tiempo que he descubierto que la verdad del mundo, la verdad del hombre como individuo y del hombre como sociedad sólo se nos revela cuando prestamos atención a estas pequeñas cosas. Hace tiempo escribí un texto llamado “Tres maneras de mirar un espejo” en el que decía que todas las personas somos espejos, seres sociales que somos, existimos, en tanto lo que los demás ven de nosotros. Por eso vivimos para engañar, aparentamos, escondemos nuestras inquietudes y reprimimos nuestros instintos, cubrimos nuestro yo más auténtico (nuestro más yo) porque nos preocupa lo que las demás personas piensen de nosotros. Pero a veces, por un momento, en las pequeñas cosas que decimos o hacemos, aquellas a las que no les damos importancia y por tanto relajamos la máscara, se puede entrever algo que al menos a un curioseador nato como yo le hace preguntarse cosas, poner a funcionar el cerebro y conjeturar sobre porqués. Antes hablé de verdades pero quizá no he sido correcto en el término. La Verdad —con mayúsculas— requiere de una objetividad pura y no es esa mi intención. Hablaré a veces sobre mis verdades, aquellas que la vida me ha ido dejando de regalo, que tal vez —que seguramente— no van a ser las tuyas. Y precisamente por eso, en la mayoría de las ocasiones no te contaré ninguna de mis verdades. Simplemente te contaré algo y tú decidirás qué verdad se puede sacar de ello, con lo que se convertirá en tu verdad. Y esa es toda la cosa. La cosa de las pequeñas cosas.