miércoles, 10 de junio de 2009

El hombre abanderado


En la vieja Europa (¿cuál será la nueva?), es tradición que se identifique a la derecha conservadora con el color azul y a la izquierda progresista con el rojo. Estos días los periódicos se tiñeron de azul con su esplendorosa proliferación de mapas y estadísticas respecto de las recientes elecciones. Tanto que hasta el papel tenía un cierto tacto húmedo de mar. En efecto, había que nadar entre un mar azul de cifras antes de poder descansar la vista en algo más conciliador y ligero como puedan ser las páginas de sociedad o (¿y?) cultura. El azul del neoliberalismo, parece ser, está de moda. No deja de ser curioso que esto suceda justo ahora que la crisis nos flagela, crisis causada precisamente por la práctica a ultranza de las recetas económicas que esta corriente promulga. Paradójicamente, en el país por excelencia del capitalismo neoliberal, allá en la ultramar, los colores se invierten y así los rojos son los republicanos y a los demócratas les toca ser pitufitos. Pero esto no deja de ser más que una ilusión, otro efecto óptico que tan bien se les da fabricar por aquellas tierras. No hay más que fijarse en la bandera. Así, el azul es el color de su campo de estrellas (¿o star system?), el núcleo duro y primordial de su idiosincrasia (idiotez sin gracia, que diría un amigo mío de raíces más europeamente vermellonas que las mías). Luego, el rojo se reserva a las estrechas barras, algo así como un adorno cara a la galería, la excusa de que lo que sobre, si eso, ya se dedicará a lo social. Y, desde luego, paralelas, no vaya a ser que se junten y hagan piña. Así que al final resulta que la bandera estadounidense viene a ser más bien tirando a europea. Al menos, en eso, Europa no engaña. Cuando decidió olvidar su antigua tradición de lo social y humanista, cuando lo de liberté, égalité, fraternité se dejó en el desván de los buenos y olvidados deseos y se decidió subir al carro del individualismo neoliberal, ya nos encargamos de hacer una bandera que no dejara lugar a dudas. Obviamos las barras rojas y directamente hicimos un zoom sobre el campo de estrellas hasta llenar de azul toda la bandera. Cabe hablar también de la bandera rusa. Todos recordamos cuán de roja era la bandera de la Unión Soviética, pero claro, con perestroika por medio tuvo que aparecer el azul, que ahora ondea en la bandera de esta nación en igual rango que el rojo. Trasladando esto a la humanidad en su conjunto y a cada hombre en particular, lo ideal sería que fuéramos todos un poco bandera rusa, con una franja en nuestro interior azul que nos libre de ser borreguitos y sea nuestra parcela de individualidad, una franja roja que nos permita ser solidarios y una tercera en blanco que nos dé la libertad de elegir según las situaciones que se nos presenten en la vida. Uno es de un natural humanista-optimista, pero también tengo ojos y veo que esto "a lo ruso" no tiene visos de prosperar. Así que me conformo con que seamos al menos un poco "a lo yanquis" (hablamos de banderas, recuerdo), que a nuestro campo de egocentrismo todavía pueda ponérsele vallas y deje sitio para barras rojas de solidaridad, sino convergentes entre sí, tal vez lo suficientemente próximas para que sean algo más que brindis al sol. Eso quiero pensar, aunque por otro lado mi amigo (el de la idiotez sin gracia) no deja de darme la vara con que el zoom está en marcha de forma imparable. Al menos, le digo yo entonces, siempre nos quedará la bandera española, bien servida de rojo y con el amarillo por si la cosa falla. Primero, porque así tendremos a qué echarle la culpa de nuestros propios errores (deporte nacional); y segundo porque, ante una inminente inundación de azul, el amarillo al menos devendría en verde, a ver si así no acabamos de cargarnos el planeta.

P.D.: Me apunta mi amigo, siempre tan cachondo, que además el rojo y el azul dan morado. Imagino por qué lo dice.