
En la cafetería de debajo de mi casa deberían cobrarme los cafés más caros, ya sólo por la cantidad de material que ofrece a un curioseador como yo. Ayer estaba la barra bastante llena y me tocó sentarme en un rincón, junto al teléfono público. Al rato vino un tipo para usarlo. Esta vez ni me hizo falta poner el radar, el muchacho parecía que estuviese hablando con alguien de la otra esquina del local. Que no se cortaba, vamos. Se pasó discutiendo con ¿su novia? los diez minutos que duraría la llamada porque él ¿o ella? lo ¿la? había dejado plantado ¿plantada? en una cita. Bueno, es lo de menos, a lo que iba es que en una parte de la conversación él dijo: “Pues si esa es tu razón, no tienes razón”. Aparte de darme a entender que seguramente él había sido el plantado, lo que me chocó fue la frase en sí. Me quedé pensando. Primero, me pareció ilógica, pues si ella había dicho su razón, tenía una, entonces tenía razón, la suya. El problema es que solemos identificar ‘razón’ con ‘verdad’ y pensamos que la verdad es única, cuando la realidad es que hay tantas verdades (
ver el primer post de este blog) como individuos pensantes, que es lo mismo que decir que la verdad no existe. Se atribuye erróneamente a
Einstein esa frase de
“Todo es relativo”, cosa que nunca dijo, como lo demuestra que su
Teoría de la Relatividad se basa en que la velocidad de la luz es absoluta. Es más, hasta el mayor relativista del mundo debería modificar esa frase y decir:
“Todo es relativo, excepto esta frase”. Yo creo en lo que llamo los “absolutos relativos”, o sea, algo relativo viene dado relacionado a un absoluto para ese relativo, y este absoluto es a su vez relativo con respecto a otro absoluto, del que nada sabe el primer relativo (para que su absoluto pueda serlo para él) y así seguiríamos hasta llegar al infinito, concepto inasible para nuestra mente que me permite la licencia de considerarlo el único “absoluto absoluto”. ¿Te has absolutamente perdido? Pues tómatelo con calma, que aún hay más.
Estos días me ha dado por leer a
Nietzsche. Lo primero que aprendí fue que los nazis no sabían leer, porque si supieran no lo habrían puesto como referente de su ideología (él se hubiera meado encima de Hitler con gusto). También ratificó mi convencimiento de que ya todo está escrito cuando descubrí que mi ‘original’ post que titulé “
El lado Oscuro” ya lo había resumido el bueno de Friedrich en uno de los discursos de Zarathustra, “Del árbol de la montaña”, donde dice:
“Al hombre le ocurre lo mismo que al árbol. Cuanto más quiere elevarse hacia la altura y hacia la luz, tanto más fuertemente tienden sus raíces hacia la tierra, hacia abajo, hacia lo oscuro, lo profundo, - hacia el mal”. Pero lo que verdaderamente (y no se tome la palabra en sentido literal) viene al caso es que él también negaba la existencia de la verdad o, al menos, lo que queremos hacer pasar por verdad. Es más, decía que el hombre no busca el conocimiento de lo cierto, lo que llama “voluntad de verdad” y lo sustituía por la “voluntad de poder”, entendiéndola como nuestra necesidad de darle un sentido al mundo para darle un sentido a la vida (a la nuestra). Eso nos lleva a convertir las cosas en conceptos, y esos conceptos no son la verdad de las cosas, sólo son las reglas que la sociedad impone como ciertas porque el hombre necesita de ellas para tener una base en la que sujetarse y poder vivir. Por poner un ejemplo, es como si a una manzana le pones una etiqueta que diga “manzana”. La verdad no es esa etiqueta (podría haber puesto “pera”) sino lo que hay debajo de ella. Y cuando decimos que la verdad es nuestra etiqueta que pone “manzana” y no la del otro que dice que la verdad es su etiqueta que pone “pera”, no nos damos cuenta de que nuestra etiqueta no es la manzana, sino el concepto que hemos aprendido de lo que es el objeto al que identifica.
Y por fin, para cerrar el círculo, voy a enlazar lo anterior con mi teoría de los “absolutos relativos”. Para ello, pongamos un ejemplo einsteiniano. Imaginemos una mosca posada en la cabeza de un hombre que camina por el vagón de un tren. Si la observamos desde la cabeza del hombre, la mosca está quieta. Si somos un pasajero de ese vagón, se moverá a la velocidad del caminar del hombre. Si estuviésemos fuera del tren (vaya ojo el nuestro) veríamos a la mosca desplazarse a la suma (o resta) de las velocidades del hombre y del tren. Así podríamos seguir según plantáramos nuestro trasero en el Sol, un punto de la Vía Láctea, etc. Y sólo cómodamente aposentados en el infinito, podríamos ver cuál sería la auténtica velocidad de esa mosca. Como esto no es posible por la propia y abstracta definición de infinito, nunca conoceremos esa verdad. Pero la moraleja de esta historia no tiene por qué ser frustrante, nos sirve para comprender que, cuanto más abramos nuestra mirada, más próximos estaremos a la verdad. Lo que es, relativamente, un consuelo.